Lo que Stevenson no nos cuenta en su novela es de aquella salida de Hyde, bien entrada la noche, aquél día en que ya no sentía que pertenecía a algún lugar sino que por el contrario todos los lugares, todos sus espacios, ya le habían sido arrebatados.
En esa noche bien inglesa, entre humos y neblinas, escapándose de todo se encontró con una cúpula abandonada y oscura, solo alumbrada a la penumbra de la luna.
Se detuvo unos minutos antes de entrar, enfrente, a contemplar el edificio abandonado creyendo que podía haber guardias custodiando aquél lugar. Era una cúpula sostenida por varios pilares pintados de rojo hacía ya mucho tiempo, y en su interior se encontró con habitaciones alrededor.
Antes de pasar frente a la puerta de la primera había un espejo que llegaba hasta el suelo, donde pudo mirarse y vio que -si bien se sentía Hyde- tenía el aspecto de Jekyll. Al principio se vio sobresaltado por esta imagen que no lograba entender pero supuso que se debía a algún mecanismo ciertamente mágico de aquél espejo antiguo con la superficie llena de una fina capa de polvo.
Al abrir esta puerta se encontró con un señor de camisa negra, en un cuartito muy pequeño, que dormía o fingía que dormía, con la rosa de Coleridge en la mano. Cerró la puerta de golpe y prefirió no volver a abrir ninguna, en cierta forma se había sentido identificado con este señor y eso le produjo una rara sensación de miedo y extrañeza.
Decidió recorrer en el interior de la cúpula pasando frente a todas las puertas sin volver a abrir ninguna. Cuando llegó a la última, que completaba el círculo interior y le conducía a la salida -le devolvía a la entrada porque éstas coincidían- no pudo resistirse a la tentación de abrirla, de todos modos era la última y ya estaba saliendo. Cuando la abrió fue grande su sorpresa, para no decir susto, porque se encontró con el mismo señor de camisa negra de la primera puerta, durmiendo o fingiendo que dormía.
Se preguntó qué significaba esta escena, quién era este señor, que se repetía en la primera y última habitación. Hasta que pudo notar que estas puertas eran en realidad la misma, y la cúpula en realidad era un círculo de una sola puerta, no solo la primera y la última coincidían, sino todas ellas entre sí.
A la salida se encontró con otro espejo que también llegaba hasta el suelo, y le dio mucha intriga mirarse porque durante el trayecto a través del interior de la cúpula había sentido haber pasado por alguna inexplicable transformación, ya no se sentía Hyde, sino que reconoció que en algún momento en la mitad del trayecto en el interior había mutado -sin explicación alguna- a Jekyll.
Cuando se paró frente al espejo, fue mayor el asombro todavía, con la confirmación de su sensación, porque pudo notar que ahora ya tenía la apariencia del cuerpo de Hyde...y siendo, conscientemente, Jekyll. Es decir, ocurría exactamente lo contrario a lo que había pasado con aquél primer espejo.
Al salir apresuradamente, ante estas visiones demasiado extrañas, pudo ver que la luna no se había movido, seguía en el mismo lugar en el que estaba anteriormente y tenía la misma forma de antes, al bajar la mirada pudo notar que estaba en un lugar que no conocía, en el medio de nada, estaba en África.
Volvió la mirada atrás y la cúpula ya no estaba, se había esfumado, creyó que había sido un mal sueño pero tenía aquella rosa en la mano.
Y se preguntó qué fue lo que pasó en el interior de la cúpula y si el tiempo había transcurrido realmente. Y se miraba, y miraba, y ya no encontraba diferencia alguna entre Hyde y Jekyll. Además, no sabía cómo volver a Inglaterra, ni en qué forma o apariencia prefería hacerlo.
Stevenson esto no nos cuenta, que Hyde en cuerpo de Jekyll atraviesa de noche un laberinto -de muchas puertas que eran una sola- y termina como Jekyll en cuerpo de Hyde (sin notar la diferencia) en África, en un abrir y cerrar de ojos. Y que no sabe cómo volver atrás, a su lugar -que ya no era-. Y que le resulta indiferente la apariencia, porque ya daba lo mismo.
Stevenson no nos cuenta. Al final Jekyll, en cuerpo de Hyde, se encuentra perdido a la salida de un laberinto, con una rosa en la mano, sin entender que pasó, en África.