jueves, 31 de enero de 2019

La cabellera del galeón

Zarpaba la nave y zarpaba la noche. A luz de sol cuesta estacionar. A luz de luna no tanto, y lo que cuesta es desamarrarse o desprender el ancla del fondeadero y partir, pero después resulta fácil cruzar el océano. Y al llegar, al atracar, navega la duda de si hay que bajar las mochilas y llevarlas, cargarlas en el viaje a pie, o mejor dejarlas en la cubierta, pensando en algún momento volver y que sigan estando.

Zarpa la nave y cae la noche, y se cruza el océano. No se mira atrás, ni a los costados, porque de alguna forma intuitiva se agudizan los sentidos y avisan que nada hay a lo lejos. No hay mejor momento para hacer mesa y tiempo con otros piratas también desconocidos, entre comidas, bebidas, juegos de azar, gritos y cantos. No habría mejor momento... hasta que baja a la bodega esta gitana infernal, la de la cabellera -larga, lacia, rubia- del galeón, antes de hacerse visible una sonrisa detrás de ella, la del pirata cojo.

No precisa carta de presentación, está todo dicho, siempre llega de prepo.

El negro puede ser un color que quede perfecto, se ve. 

Y entonces ya no es el mejor momento para compartir. Y entonces todo alrededor se detiene, todo ruido y movimiento. Y los demás piratas están demás. También las mesas, el océano, y otros barcos que no se ven pero a veces se escuchan a lo muy lejos y devuelven la realidad. Y la pena se apodera del marinero en Marseille. El deseo y el no poder, tiran los dados. Y el no entender y el sonreír de que igual suceda, igualaron en par de ases y se toman otra cerveza.

Todo esto mientras el gallego viejo, de barba y pañoleta, que atiende el bar, sonríe. Apura y cobra, pero bien. La noche avanza -aunque no parece- sin detenerse y él quiere cerrar, parece.

Esta gitana tiene que irse, aún con el océano en calma, llevando detrás de sí ninguna mueca pero mirada profunda. También aleja el largo lacio rubio y el vestido negro, perfectos. Mientras el marinero se descubre -tal vez sin querer pero sí disfrutándolo- tarareando el himno de este galeón, y pensando que podría elegir una buena oración que rezarle:

"Seré heraldo de buenas noticias solo si te quedás, un rato más..."

Qué va a ser, otro girar de dados en la noche... salvados por la campana.

miércoles, 9 de enero de 2019

La misma antigua Luna

Esta luna es otra, no es la que conocemos. Bah, en rigor es la misma, pero diferente.

Ya no está dorada, clara, brillante y llena en un fondo liso de azul oscuro, dinámica, siguiéndonos de cerca. Sino que esta vez está más o menos nueva, creciendo en un nuevo comienzo, turbia, en un fondo negro más bien entre nieblas y humo, en un amarillo tímido de brumas alrededor pero bronceándose mientras sube a lo alto, estática, acompañando de lejos, mirando.

Por eso ya no es la misma. Ya no es la misma luna, aunque siempre atestigua.

Pero tampoco lo son los lugares, puestos, puertos, puentes, vallados, bancos, barcos. Tampoco lo son las esperas, ni las personas que no conocemos, ni el caminar. Tal vez tampoco nosotros seamos los mismos. Y podría decirse que tampoco el tiempo, un poco en exceso.

Pero tampoco lo son las estaciones. Conocimos el otoño, el invierno y la primavera -sí, no todo fue primavera-, pero no el verano. No el calor húmedamente insoportable, el sol, el parcialmente nublado, las lluvias que deberían ser pero que no son, las que sí son, imprevistas, impredecibles, impensadas. También -no conocimos- las pronosticadas, las planificadas, las que nos encuentran con el paraguas en mano. No conocimos el día corto con las noches largas, tampoco el tiempo y espacio para ser como siempre quisimos.

Pero no es lo que importa el desconocer o no haber conocido. Importa más el tiempo en exceso que ya no da para conocer, y que -sin embargo- nos arrastra a lugares donde tal vez no quisiéramos ir. Importa más el tiempo en exceso que nos viene a prepotear, desafiándonos.

Esta luna, tal vez como todo -quién sabe-, tiene su ciclo. Pero, porqué recomenzar como ella.

Porqué elegir ser parte de un todo que prepotea y arrastra, tachándonos y destachando, buscando con lupas entidades y trampas lógicas que no existen. Buscando... buscándonos -porque las cosas no son lo que son, sino lo que somos-. Porqué elegir el tiempo en exceso. Porqué no salirse de esta rueda que gira sin preguntar.

Porqué no elegir que falte el tiempo pero que no falten las risas ni los besos, el mirar todo desde afuera y con la misma antigua luna que siempre atestigua, con nuestros nosotros mismos, con los mismos bancos y los mismos atardeceres, con el mismo río y con los mismos vinos. 

O porqué, sencillamente, no dejamos de maravillarnos con la Luna.

Porque no se puede.