Esta luna es otra, no es la que conocemos. Bah, en rigor es la misma, pero diferente.
Ya no está dorada, clara, brillante y llena en un fondo liso de azul oscuro, dinámica, siguiéndonos de cerca. Sino que esta vez está más o menos nueva, creciendo en un nuevo comienzo, turbia, en un fondo negro más bien entre nieblas y humo, en un amarillo tímido de brumas alrededor pero bronceándose mientras sube a lo alto, estática, acompañando de lejos, mirando.
Por eso ya no es la misma. Ya no es la misma luna, aunque siempre atestigua.
Pero tampoco lo son los lugares, puestos, puertos, puentes, vallados, bancos, barcos. Tampoco lo son las esperas, ni las personas que no conocemos, ni el caminar. Tal vez tampoco nosotros seamos los mismos. Y podría decirse que tampoco el tiempo, un poco en exceso.
Pero tampoco lo son las estaciones. Conocimos el otoño, el invierno y la primavera -sí, no todo fue primavera-, pero no el verano. No el calor húmedamente insoportable, el sol, el parcialmente nublado, las lluvias que deberían ser pero que no son, las que sí son, imprevistas, impredecibles, impensadas. También -no conocimos- las pronosticadas, las planificadas, las que nos encuentran con el paraguas en mano. No conocimos el día corto con las noches largas, tampoco el tiempo y espacio para ser como siempre quisimos.
Pero no es lo que importa el desconocer o no haber conocido. Importa más el tiempo en exceso que ya no da para conocer, y que -sin embargo- nos arrastra a lugares donde tal vez no quisiéramos ir. Importa más el tiempo en exceso que nos viene a prepotear, desafiándonos.
Esta luna, tal vez como todo -quién sabe-, tiene su ciclo. Pero, porqué recomenzar como ella.
Porqué elegir ser parte de un todo que prepotea y arrastra, tachándonos y destachando, buscando con lupas entidades y trampas lógicas que no existen. Buscando... buscándonos -porque las cosas no son lo que son, sino lo que somos-. Porqué elegir el tiempo en exceso. Porqué no salirse de esta rueda que gira sin preguntar.
Porqué no elegir que falte el tiempo pero que no falten las risas ni los besos, el mirar todo desde afuera y con la misma antigua luna que siempre atestigua, con nuestros nosotros mismos, con los mismos bancos y los mismos atardeceres, con el mismo río y con los mismos vinos.
O porqué, sencillamente, no dejamos de maravillarnos con la Luna.
Porque no se puede.
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