domingo, 30 de junio de 2019

Noche de Invierno

El orgullo siempre clasifica a semifinales. Si bien en los noventa minutos podemos arañar -sacrificadamente- un empate, en penales siempre termina ganando, atajándonos un par o pifiándole nosotros al arco.

Y hay que volver a casa eliminados, cada uno por su lado, aguantando esas ganas -individuales pero también conjuntas- de ser más, de decir la última palabra, de tirar el último beso... y esperar otras, y otros. Como si todo debiera ser un ida y vuelta eterno en esto que de entrada sabemos -pero olvidamos- no tiene ningún tipo de eternidad. Y el partido es solo de ida. 

Mientras volvemos, cada uno por su cuenta en una estación diferente, nos distrae del presente que no queremos la espera de que un pibe tenga la voluntad de darnos sus caramelos de cumpleaños que más le gustan... y qué difícil negocio, qué podríamos darle a cambio? Una sonrisa viene bien.

Tal vez una espera más realista sería por ejemplo la que hacemos cuando -copa en mano- nos vemos venir con poca ropa y poco líquido en el interior de una fina botella de vidrio traslúcido. Poca ropa y poco vino, pero mucha -otra vez- sonrisa y esto -sabemos- toda la falta compensa. La sonrisa siempre está, no? Qué podría faltar entonces.

Podría faltar la sinceridad. Porque hoy nos debemos al orgullo que todo lo reprime, porque es mejor amo y -creemos- nos paga mejor a la larga. De lo último no estoy muy seguro, eh. Nos separa y alarga las noches, cuando las que nos gustan a nosotros son más bien cortas e intensas en mi casa, o en la tuya, o en la ribera de un lago, que esta noche -desde acá- nos queda un poco, algo, lejos.

Al llegar cada uno a su casa no puede encontrar -entonces- más que, de cena un asado pasado, en la heladera no hay más que una birra, los postres se pasan de dulces... y aunque mañana podemos dormir hasta el mediodía -y más, si queremos-, vuelve a hacer frío y el pronóstico avisa que llueve.

Y otra vez todo este sinsentido interminable, porque vos allá y yo acá. Pero eso sí; felices -felices?- y victoriosos con el orgullo, a un paso de la final.

Sin saber que esto no es más que globos sin explotar en aquél cumpleaños del pibe.

Sin saber que esto no es más que tener solo un último trago y estar desabrigados en el patio, con las mismas musas inspiradoras presentes desde lejos.

Todo un trajín -un viaje físico, mental y espiritual- que resulta un poco más que imperdonable. 

Y en una noche de invierno.


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