viernes, 23 de febrero de 2018

De repente

De repente entendí porqué las señoras si ven a alguno flaco insinúan que está enamorado, pero, sobre todo, de repente entendí porqué cuando uno se enamora deja de comer. La comida pasa a un segundo plano. Y tiene sentido, la comida era para vivir, pero hay otras formas de vivir sin comer. Enamorándose por ejemplo.

Es que no hay tiempo para comer. Probablemente no piense en vos mientras como. Es muy probable que te olvide en esos minutos, y hoy no quiero olvidarte. Hoy dejaría tantas cosas, sin más, pero no de pensarte. Quiero pensarte tantas veces como tantas veces repito esa música que rompe la distancia y te acerca un poco. Un poco mucho.

De repente también entendí porqué uno tarda en levantarse. Y claro, uno quiere seguir manoteando sueños a ver si en alguno aparecés. Por suerte ninguno maneja cuestiones relacionadas con los sueños, porque sino ninguno se levantaría.

Y, en definitiva, también de repente entendí porqué uno dejaría de hacer tantas cosas tan importantes, uno dejaría de lado muchos deberes. Porque como mencionaba anteriormente, hay otras formas de vivir. Hay formas y formas. Y otras formas mejores.

Pero probablemente también de repente podría pensar que estoy equivocado. Que eso que me parece que de repente comprendí no era tan así y es solo privilegio de algunos. Yo ya no sé si creerme.

Ah, y creo que tristemente no hay forma de vivir sin comer. El amor solo no va. Ahora que pienso, sería bueno comer con ella.

Mientras tanto, pienso en ella, pero creo que voy a olvidarla unos minutos. Porque es tarde, llevo largo rato sin comer, me cago de hambre, tengo que cenar, y tengo que dormir.

jueves, 15 de febrero de 2018

Cuando la resaca pasa

Cuando la resaca pasa, sonrío como un idiota con el café de la mañana.

Sonrío porque hago memoria de la noche que pasó, y me cae la ficha del par de idioteces que me mandé.

El sol sube, el café baja, y me siento raro porque no te extaño como hace un par de horas. Ahora por ejemplo pienso en cosas más banales, como en cómo volver a casa.

Sonrío porque no me arrepiento de ese par de idioteces. Tengo al vino por buen amigo porque cataliza aquello que ya pensamos, aquello que ya sentimos, aquello que ya somos. Ese soy yo, fui yo, con el par de idioteces y todo.

Sonrío porque me pongo a pensar en qué hubiera pasado si tomaba un trago de vino menos. No me hubiera acordado de vos, no te hubiera hablado, y hoy no tendría que cargar con el muerto. Que, te confieso, en el fondo quiero cargarlo.

Cuando la resaca pasa, no me apuro. Y sonrío. Tengo todo el tiempo para pensarte, o para no pensarte, y sonrío porque prefiero lo primero. Yo nunca te cerré las puertas, vos bien sabés. Entonces no me arrepiento, ese vino estuvo bien, las idioteces no son tales dentro de todo... En eso reflexiono cuando la resaca pasa, jugármela por vos no puede ser tomada como idiotez.

Pero no te niego que sonrío, me precipité con la noche, lo reconozco, probablemente no hubiera cambiado mucho si decidía no hablarte. Si me preguntás porqué la confusión nace con la primer copa de vino, me matarías, no sabría responderte. Funciona así, supongo.

El día, sencillamente, está exactamente igual que ayer. El cielo despejado, el viento, los mismos ruidos en la calle... Que cambió? Volvimos a hablar. Sonrío. Porque si no hubiera sido así, seguramente iba a estar exactamente igual que ayer, sin más, sin menos. Y no llego a un acuerdo con el que está dentro mío dirigiendo mis acciones, si me quedaría con lo uno o con lo otro.

Cuando la resaca pasa, deja una oportunidad. De seguir la conversación. De hacerla bien desde cero. Sonrío porque nos la jugamos. Porque estamos, porque somos.

Una de cal, veinte de arena

Quién me llama a enamorarme de ella?
Qué me empuja a prestar atención a lo que dice?
A las gastadas de los demás para con ella?

Sin embargo, no me voy, sigo acá, cantando juntos la misma canción, pensando en personas diferentes.

Diferentes no sé, yo pienso en ella, disimulo que hay alguien más, pero al parecer ella sí realmente piensa en un tercero.

Porqué lo toma con tanta naturalidad? Estando al lado, compartiendo el cenicero, ella no sabe lo que pienso, lo que escribo, no sabe que este cigarrillo se consume con ella, para ella.

Sonriendo a la hoja de papel que se llena, a la cerveza que se vacía, al humo que se consume, a la madrugada que se acaba, al día que comienza. Todo eso pasa, en un segundo, en el que llenamos el cenicero, sonreímos, yo de nervios, vos de enamorada. De quién? Tu mirada me lo sugiere pero tus labios me confunden.

Y la noche acaba, hay que irse, el bar cierra. Hace tiempo quiero irme, pero ahora me quedaría más. Me quedaría a por un mano a mano con vos, me quedaría a seguir descubriéndonos. Me quedaría para que seas la vos que tanto me gusta. La que se aparta del resto del mundo, la que sobresale, la que está muy por encima de superficialidades.

Yo todavía no comprendo en qué te transformás. Cuando tengo las cuentas claras, llegás y me mezclás las cartas, pateás el tablero. Y el ajedrez comienza de nuevo, cuando tal vez me convenga pedirte tablas... Por no aceptar la derrota.

La noche se acaba, el cigarrillo también, el cenicero se llena, los vasos ya vacíos, nos echan de este bar.

Y ya lo sé, me iré sin conocerte, sin reconocerte, la noche prometía, pero siempre una de cal y veinte de arena.