— Signore, fa che io possa sempre desiderare più di quanto riesca a realizzare. Michelangelo.
lunes, 4 de noviembre de 2019
Las que teníamos
domingo, 30 de junio de 2019
Noche de Invierno
Y hay que volver a casa eliminados, cada uno por su lado, aguantando esas ganas -individuales pero también conjuntas- de ser más, de decir la última palabra, de tirar el último beso... y esperar otras, y otros. Como si todo debiera ser un ida y vuelta eterno en esto que de entrada sabemos -pero olvidamos- no tiene ningún tipo de eternidad. Y el partido es solo de ida.
Mientras volvemos, cada uno por su cuenta en una estación diferente, nos distrae del presente que no queremos la espera de que un pibe tenga la voluntad de darnos sus caramelos de cumpleaños que más le gustan... y qué difícil negocio, qué podríamos darle a cambio? Una sonrisa viene bien.
Tal vez una espera más realista sería por ejemplo la que hacemos cuando -copa en mano- nos vemos venir con poca ropa y poco líquido en el interior de una fina botella de vidrio traslúcido. Poca ropa y poco vino, pero mucha -otra vez- sonrisa y esto -sabemos- toda la falta compensa. La sonrisa siempre está, no? Qué podría faltar entonces.
Podría faltar la sinceridad. Porque hoy nos debemos al orgullo que todo lo reprime, porque es mejor amo y -creemos- nos paga mejor a la larga. De lo último no estoy muy seguro, eh. Nos separa y alarga las noches, cuando las que nos gustan a nosotros son más bien cortas e intensas en mi casa, o en la tuya, o en la ribera de un lago, que esta noche -desde acá- nos queda un poco, algo, lejos.
Al llegar cada uno a su casa no puede encontrar -entonces- más que, de cena un asado pasado, en la heladera no hay más que una birra, los postres se pasan de dulces... y aunque mañana podemos dormir hasta el mediodía -y más, si queremos-, vuelve a hacer frío y el pronóstico avisa que llueve.
Y otra vez todo este sinsentido interminable, porque vos allá y yo acá. Pero eso sí; felices -felices?- y victoriosos con el orgullo, a un paso de la final.
Sin saber que esto no es más que globos sin explotar en aquél cumpleaños del pibe.
Sin saber que esto no es más que tener solo un último trago y estar desabrigados en el patio, con las mismas musas inspiradoras presentes desde lejos.
Todo un trajín -un viaje físico, mental y espiritual- que resulta un poco más que imperdonable.
Y en una noche de invierno.
jueves, 31 de enero de 2019
La cabellera del galeón
miércoles, 9 de enero de 2019
La misma antigua Luna
Esta luna es otra, no es la que conocemos. Bah, en rigor es la misma, pero diferente.
Ya no está dorada, clara, brillante y llena en un fondo liso de azul oscuro, dinámica, siguiéndonos de cerca. Sino que esta vez está más o menos nueva, creciendo en un nuevo comienzo, turbia, en un fondo negro más bien entre nieblas y humo, en un amarillo tímido de brumas alrededor pero bronceándose mientras sube a lo alto, estática, acompañando de lejos, mirando.
Por eso ya no es la misma. Ya no es la misma luna, aunque siempre atestigua.
Pero tampoco lo son los lugares, puestos, puertos, puentes, vallados, bancos, barcos. Tampoco lo son las esperas, ni las personas que no conocemos, ni el caminar. Tal vez tampoco nosotros seamos los mismos. Y podría decirse que tampoco el tiempo, un poco en exceso.
Pero tampoco lo son las estaciones. Conocimos el otoño, el invierno y la primavera -sí, no todo fue primavera-, pero no el verano. No el calor húmedamente insoportable, el sol, el parcialmente nublado, las lluvias que deberían ser pero que no son, las que sí son, imprevistas, impredecibles, impensadas. También -no conocimos- las pronosticadas, las planificadas, las que nos encuentran con el paraguas en mano. No conocimos el día corto con las noches largas, tampoco el tiempo y espacio para ser como siempre quisimos.
Pero no es lo que importa el desconocer o no haber conocido. Importa más el tiempo en exceso que ya no da para conocer, y que -sin embargo- nos arrastra a lugares donde tal vez no quisiéramos ir. Importa más el tiempo en exceso que nos viene a prepotear, desafiándonos.
Esta luna, tal vez como todo -quién sabe-, tiene su ciclo. Pero, porqué recomenzar como ella.
Porqué elegir ser parte de un todo que prepotea y arrastra, tachándonos y destachando, buscando con lupas entidades y trampas lógicas que no existen. Buscando... buscándonos -porque las cosas no son lo que son, sino lo que somos-. Porqué elegir el tiempo en exceso. Porqué no salirse de esta rueda que gira sin preguntar.
Porqué no elegir que falte el tiempo pero que no falten las risas ni los besos, el mirar todo desde afuera y con la misma antigua luna que siempre atestigua, con nuestros nosotros mismos, con los mismos bancos y los mismos atardeceres, con el mismo río y con los mismos vinos.
O porqué, sencillamente, no dejamos de maravillarnos con la Luna.
Porque no se puede.